martes, 14 de octubre de 2014

Medio lejos. Llega.

Al final te das cuenta. Todo recupera el sentido. 

Tras estar navegando sin rumbo durante muchos meses, sin corazón en que atracar o puerto que conquistar, de repente llega la tranquilidad. Y llega de la forma en la que menos esperas. Cuando estás sumergido en la tormenta, piensas que nunca llegará la calma, que nunca llegará el momento en que todo tenga sentido. Pero llega. 

Nos dicen que seamos fuertes, que no podemos rendirnos o tan siquiera dudar de adónde vamos. Parece que todo tenga que ser perfecto y que no puedas dejar que alguien dude de que no es así. Pero lo haces. Nadie es perfecto. 

Necesitas expresar qué sientes, necesitas a alguien que te escuche y no sentirte solo en medio de un montón de gente. Mientras tanto, te sientes atrapado, como si nada tuviera sentido y como si nunca lograras hallar la respuesta. O al menos la que quieres oír. Pero al final todo llega. Ciertamente. 

Un grito ahogado que no surte efecto o una impotencia enquistada al saber que no tiene sentido, que no tiene por qué ser así. La esperanza, dicen, es lo último que se pierde pero hace ya algunas horas que ésta se vaga por una calle que no tiene nombre. Y entretanto, el destino se burla de nosotros. 

Expresas tus sentimientos y te sientes desnudo. Como si con un simple alfiler te pudieran desangrar. No tiene sentido no poder hacerlo. Pero necesitas desnudarte, necesitar chillar y poder decir lo que sientes. Aunque esté mal, aunque te digan que los hombres no lloran. Si todo fuera cierto, la realidad sería diferente. Pero a la postre, los hombres lloran, los pajaritos cantan y las nubes se levantan. Tras meses a la deriva, tras meses en que un sentimiento ahogado te atrapa, finalmente encuentras el puerto en el que estar. Aunque sea temporalmente. No hay fin por el momento, no hay descanso para siempre, de momento simplemente nos conformaremos con una pequeña tregua. ¡Pero bendita tregua!

Tregua que tenía nombre. Un cuerpo que no encontraba su fin y se estremecía a la velocidad con la que unas yemas titubeantes lo recorrían. Tras una explosión llena de sentimiento inmaculado llega la calma. ¡Y qué calma! Aunque a veces te canses de esperar, aunque en muchas ocasiones te invada un sentimiento de hastío y desconsuelo, tienes que seguir. Merece la pena porque llega. Todo llega. 

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