sábado, 27 de julio de 2013

Rêves d'été

La vida. ¿Qué es la vida? O mejor dicho: ¿de qué trata la vida? No me equivoco si ya anticipo que no seré la persona que mejor lo escriba, que mejor reflexione sobre ello o que más esclarecedor lo haga. Fuere como fuere, tampoco será tan fácil hablar de la vida cuando la RAE para intentar hablar de ella dedica veinte acepciones de su insigne diccionario.
Para algunas personas, la vida es sinónimo de sobrevivir. Sobrevivir: algo así como vivir por encima. Intentar pasar los días con mayor o peor fortuna, asumiendo y aceptando lo que viene y lo que se va. También se sobrevive aceptando lo establecido; cuando no se cambia por temor al abismo, cuando se persiste en el error por temor a un peor futuro. Miedo. Se sobrevive cuando nos hallamos en un reinado del miedo. Un reinado donde él mismo poco a poco va haciendo que lo feo sea menos feo. Costumbre. 

Para otras personar, sin embargo, la vida es aventura. No creo que yo me pueda encontrar entre estas líneas. O no en puridad. De nuevo, siento que vivimos aferrados a las convicciones por temor al que dirán. A veces, éste impera de tal modo que hacemos pasar nuestra felicidad a un segundo plano. No se trata sólo de salir y aparecer. Se trata de pensar en uno mismo. De pensar que el amor nunca perece. O al menos aquél que es verdadero. Arriesgarse. Taparse los ojos, salir de la tranquilidad que nos brinda la costumbre y dar un paso. Cualquiera que sea. Porque por pequeño que sea, dicen que cualquier nueva aventura, cualquier nuevo camino empieza con uno de ellos. 

Y al final, ¿Ser un aventurero nato, un idealista convencido, un «fiat felititatis et pereat mundus», un acérrimo defensor del «carpe diem» aunque haciéndolo nos expongamos y arriesguemos o seguir en la zona de bienestar, en la zona de seguridad pese a que sacrifiquemos ápices de nuestra felicidad? ¿No hacer lo que apetezca en cada momento por las consecuencias? Al final, la respuesta no es baladí. Al menos, la verdadera respuesta, aquella que se debe tomar por uno mismo haciendo frente a los fantasmas que nos aterran. 

Es fácil predicar y abogar por la aventura y por el riesgo siempre que lo que se arriesga no es lo de uno mismo. Pero la vida está para vivirla aunque, a veces, el problema resida en conocer que es lo que queremos exactamente. Conocer si realmente queremos embarcarnos en aquella aventura. A veces, el problema no reside en la posición que debemos adoptar. A veces, el problema simplemente se halla en saber si queremos luchar por aquello que nos hace dar el primer paso. Cuesta saber si es realmente la aventura en si, si son los componentes de la aventura lo que frena nuestros impulsos o es el miedo a lo desconocido el que lo hace. 

Pese a muchas cavilaciones, aunque se diga lo que se diga, al final seguimos sin tener manual de instrucciones para la vida. Tampoco posibilidad de contentar a todo el mundo. Aunque parezca ocioso, y aunque la conclusión sea de perogrullo; el tiempo es sabio. El tiempo dirá y el corazón nos guiará. 

Todo y con eso, la vida, la vida strictu sensu es un impulso, un latido, una emoción o una explosión. Al final si no hallamos, si no encontramos siquiera alguno de estos ingredientes estamos también, a la vez, encontrando una  patente respuesta.